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El profesor del Siglo XXI

El profesor del siglo XXI

La conclusión parece evidente, aunque lo que no parece tan claro es cuál es el nuevo papel que debe desempeñar el profesor en la escuela del siglo XXI. Podemos convertir lo accesorio en fundamental y pensar, por ejemplo, que porque haya más ordenadores en los centros la misión educativa del profesor es radicalmente distinta a la que tenía el Maestro Ciruela. Sin embargo, la realidad dice que sí, que ha cambiado el contexto, las circunstancias, algunos medios, determinados objetivos, pero que, en esencia, el papel de los docentes sigue siendo el mismo: conducir a los alumnos y alumnas a ser mejor ciudadanos y mejores personas.

La formación científica, cultural, en valores, etc. sigue siendo la piedra angular de cualquier proceso educativo. Y en medio de ese proceso, los docentes son la pieza fundamental y básica, por mucho que las tizas ya no manchen, de la extensión de la pizarra digital y de la explosión de las redes sociales e Internet. Todo esto son herramientas que, bien conocidas y utilizadas, ayudan a educar mucho mejor.

Esta idea está presente en las conclusiones de los informes PISA y en otros estudios, como el de TALIS, de la OCDE, que miden la profesionalidad de los profesores.
En todos ellos se insiste una y otra vez en la misma idea: situar al profesor y su papel transmisor en el centro del proceso educativo.


CONOCER LA REALIDAD

Sin embargo, es evidente que hay muchas cosas que no funcionan en la educación, como estos mismos informes señalan y un número no pequeño de libros escritos por docentes se han dedicado a detallar. Por ejemplo, la reciente novela de Fernando J. López, La edad de la ira, y libros tan difundidos y leídos entre el colectivo docente como los de Ricardo Moreno, Gregorio Luri, José Sánchez Tortosa, Javier Orrico, José Ramón Ayllón, Toni Sala, Inger Enkvist, Mercedes Ruiz Paz..., ensayos que, al margen del lenguaje de los políticos y de las Administraciones educativas, han acertado a la hora de hacer una radiografía real, a ras de suelo, de lo que está pasando de verdad en las aulas.
Y aunque el papel del docente, como decíamos sigue siendo en esencia el mismo, hoy día las circunstancias ambientales y sociológicas exigen de los docentes una mayor preparación para adaptarse mejor a la sociedad del siglo XXI.

Por ejemplo, se les exige no solamente que sepan transmitir conocimientos sino que, también, colaboren activamente con los alumnos en su proceso de formación. Catherine Mayers, directora de varios centros educativos en Estados Unidos, escribió en el diario The Times (16 febrero 2010) algunas de las claves para que los colegios mejoren su prestigio. Destacamos dos ideas de su artículo: primero, que los docentes “tienen que gustar a los alumnos y creer en que puedan lograr sus objetivos”, es decir, una estrecha relación de conocimiento y emotiva que posibilite a los alumnos ampliar sus metas y mejorar sus resultados; segundo, que deben fijarse objetivos concretos para cada alumno (huir, por tanto, de la esclerótica uniformidad), de manera que puedan desarrollar sus habilidades específicas. También deben estar al lado de los alumnos cuando no alcanzan sus objetivos y necesitan de una atención especial.

Este debe ser el trabajo prioritario del profesor: estar al lado de los alumnos para facilitarles el camino apropiado. En clave educación, podemos decir que hoy más que nunca el profesor debe trabajar al máximo las posibilidades que proporcionan la orientación psicopedagógica. Conocer y dominar las mejores estrategias de aprendizaje y saber adaptarlas al grupo en el que imparten clases, conociendo a sus familias y el contexto personal y social que rodea a los alumnos, a veces más determinante de lo que parece. Estos planteamientos reclaman un profesor mejor formado, más preocupado por saber adaptarse a las necesidades de sus alumnos.


DESTREZAS DIRECTIVAS

Otro rasgo diferenciador del profesor del siglo XXI es la asunción de una serie de destrezas directivas.
El fomento del liderazgo educativo lleva implícito traducir estos objetivos a la vida diaria de los centros, algo que sólo puede hacer una dirección implicada en lo que está pasando. Es, sin lugar a dudas, otra de las asignaturas pendientes del sistema educativo actual.
La dirección de un centro no supone la consagración de la autoridad, entendida por tal el ordeno y mando. Hoy día, y más en un centro de enseñanza, lo más importante es tirar del carro todos en la misma dirección: padres, profesores, alumnos y directivos.
Cuando hay empatía entre la dirección y el profesorado, suele ser un reclamo para atraer en esos centros a un profesorado de calidad. La dirección debe conocer bien la realidad de su centro, las habilidades del profesorado con el que cuentan, sus necesidades de formación y el nivel social y formativo de los padres como requisitos previos para fomentar el trabajo en equipo, pieza básica hoy día de la organización de los centros.

El trabajo del docente del siglo XXI tiene que estar abierto también a asumir otras responsabilidades. Hoy el docente no sólo es educador; es, además, psicólogo, consejero y formador en valores. Todo un reto.


EDUCACIÓN SIN TÓPICOS

En su libro De la buena y la mala educación, de alguna manera continuación de su exitoso Panfleto antipedagógico, Ricardo Moreno advierte de la extensión de algunos tópicos educativos que pueden volverse en contra del trabajo docente:
En cualquier congreso sobre educación es muy fácil arrancar un aplauso diciendo ‘la escuela es el reino de la diversidad’, ‘al niño lo educa toda la tribu’, ‘no podemos seguir educando como hace cien años’ o ‘la escuela es el reflejo de la sociedad’. Pero si antes de aplaudir respiramos hondo y examinamos estos dichos con un poco más de atención, veremos que están vacíos en el mejor de los casos o son rigurosamente falsos en el peor”.


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