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Explosión emocional en las aulas

Explosión emocional en las aulas

Desde hace más de una década, los programas sobre Educación emocional se extienden como la pólvora por los colegios de medio mundo. Todo empezó con la popularización del concepto “inteligencia emocional” a mediados de los años 90. España no ha quedado al margen de una tendencia al alza que aspira a que los alumnos aprendan a manejar sus emociones, consolidar una sólida autoestima y relacionarse con su entorno correctamente.
Conocerse a sí mismo. Quererse en plenitud, equilibrar virtudes y defectos, integrar armónicamente las habilidades y carencias con las que todos transitamos por la vida. Saber domesticar nuestras emociones, entender de dónde vienen, cuándo y por qué aparecen y se van, comprenderlas para que no nos abrumen. Poner, a fin de cuentas, algo de orden en ese revoltijo psicoemocional que, en mayor o menor medida, resulta inherente al ser humano.

En los últimos tiempos, el aprendizaje de aquellos recursos normalmente agrupados bajo el paraguas “inteligencia emocional” se ha ido colando lentamente por las rendijas del currículum y los horarios escolares. Hablamos de un fenómeno que arrancó en EEUU y que ha crecido de forma casi paralela a la popularización del término acuñado en 1995 por Daniel Goleman en su obra homónima. Sólo un año más tarde, en 1996, la Universidad de Columbia ya había fundado un Centro para la Educación Emocional y Social como parte de su Facultad de Magisterio. Y desde entonces, padres y profesores se han ido acostumbrando a oír hablar –cada vez con mayor frecuencia– sobre la necesidad de atender la dimensión emocional del alumnado.


SOCIEDAD CAMBIANTE

Ahora proliferan por las aulas de medio mundo programas que aspiran a que los chavales de hoy en día salgan de la enseñanza obligatoria con una mínima capacidad para autogestionarse como personas. En opinión de muchos expertos, no se trata de una frívola moda que solo va a conseguir que los profesores recarguen aún más su apretada agenda de tareas que la sociedad delega en ellos. A nadie escapa que es en la familia donde debería germinar y forjarse (entre otras cosas) una sana autoestima, pero esto no implica ni mucho menos que la escuela tenga que dar la espalda a elementos esenciales de nuestra naturaleza como individuos.

Según Javier Urra, doctor en Psicología y autor de varios libros sobre infancia y juventud, la tendencia al alza de la Educación emocional en los colegios encuentra sólidas raíces en los comportamientos de las nuevas generaciones. “Muchos orientadores y psicopedagogos nos dicen que cada vez ven en las aulas a chicos y chicas más psicopáticos, más duros e insensibles. Insensibles con los compañeros en clase, con los padres en el hogar... Esto preocupa mucho a nuestra sociedad, ya de por sí muy estresante para el conjunto de la población y también para los más pequeños”.

Por su parte, Fátima Sánchez, directora del Área de Educación de la Fundación Botín, sostiene que el impulso de este tipo de aprendizaje menos académico se explica en parte porque “estamos en un momento difícil, y cuando las cosas no funcionan, buscamos nuevas fórmulas más creativas”. Desde 2004, dicha fundación tiene en marcha su programa Educación Responsable, una iniciativa para trabajar la vertiente emocional del pupilo en un buen número de centros cántabros. El programa ha suscitado gran interés entre la comunidad educativa española, y es probable que en un futuro próximo se extienda por otras regiones del país.

Urra estima que la necesidad de fomentar el dominio de las propias emociones desde edades tempranas también responde a la inestabilidad intrínseca a los tiempos que corren. “Vivimos en una sociedad que se modifica continuamente; ya no existe esa seguridad laboral o en la pareja..., todo esto se está difuminando, y en esa nueva complejidad, hay que educar para manejarse y saber adaptarse a cambios que se producen a gran velocidad”, asegura.


RAZÓN Y EMOCIÓN

En realidad, aunque existan factores que han acelerado la demanda de estrategias didácticas que muestren a nuestros hijos el camino para pisar fuerte como personas sin dejar de empatizar con el otro, no hablamos de un ingrediente escolar de nuevo cuño. En el imaginario colectivo docente, siempre ha sobrevolado el ideal de profesor que se preocupa por cómo se sienten sus estudiantes, que promueve los talentos de cada uno y se muestra transigente allí donde más flaquean. Que les mima y les escucha y les ayuda a conocerse mejor, a sentirse bien consigo mismos. Como afirma Fátima Sánchez, “científicamente no podemos desligar razón y emoción, y hasta ahora el profesor, como buenamente ha podido, ha intentado capear con la faceta menos cerebral de su alumnado”.

Lo que sí resulta novedoso es la incorporación de ese ingrediente al aula de manera sistemática, organizada, consciente. O como afirma Fátima Sánchez, “explícitamente”, con actividades concretas que aborden cuestiones específicas adaptadas a la edad del alumno, tal y como hacen los centros que participan en el programa emprendido por su fundación. Aún así, tanto Sánchez como Javier Urra coinciden al señalar que la Educación emocional ha de hacerse hueco en las escuelas de forma transversal, no como una asignatura que se imparte una o dos veces por semana y se obvia el resto del tiempo lectivo.

Al doctor en Psicología se le ocurren, a bote pronto, varias ideas para trabajar las emociones en clase: “Buscando la interrelación entre niños y niñas o entre grupos de amigos diferentes; aprovechando las noticias para que se pongan en el lugar del otro; escuchando una partitura de Vivaldi, dejando que el alumno exprese sus sentimientos al oírla, tratando de comprender cómo se sentía el autor al componerla..., hay muchas vías posibles para explorar la emoción en los colegios”.


AUTOESTIMA Y EMPATÍA

En ocasiones, la Educación en valores (con más trayectoria en los colegios españoles) y la emocional convergen, se confunden y solapan. Podríamos delimitar ambas esferas asignando –como principal objetivo– a la Educación en valores el respeto y amor por el prójimo, y a la emocional, idénticos conceptos pero aplicados hacia uno mismo. Pero esta división se antoja artificial y forzada si consideramos que la misma noción de inteligencia emocional abraza ambas direcciones, es decir, hacia el exterior y el interior de cada uno. No en vano, Urra sostiene precisamente que los enfoques actuales “inciden mucho en la autoestima, el autoconocimiento, y dejan más de lado la empatía, la comprensión del otro, los sentimientos de pertenencia a un grupo social y, en última instancia, a un planeta”.

En cualquier caso, resulta innegable que la enseñanza está viviendo una suerte de despertar emocional, una pequeña revolución que pone en cuestión la didáctica tradicional y las expectativas que depositamos en la escuela. Revolución de menor calado que aquella provocada por la irrupción masiva de las nuevas tecnologías, aunque quizá más relacionada con la misma de lo que pensamos. Primero, porque las TIC están transformando el papel del profesor y le están otorgando más tiempo para tratar de forma individualizada a sus alumnos. Segundo, porque el cambio tecno-educativo ha provocado una evolución desde un aprendizaje basado en contenidos hacia otro en el que adquirir competencias figura como prioridad. ¿Y qué mejor competencia para enseñar a nuestros estudiantes que el ser capaces de enfrentarse a la incertidumbre del futuro con los pies en el suelo y la cabeza bien alta?


MUCHO POR AVANZAR

Aunque la Educación emocional se abre con paso firme en las escuelas españolas, nuestro país se sitúa todavía muy por detrás de otros a este respecto. EEUU y los países anglosajones fueron pioneros en su preocupación explícita por trabajar emociones con los alumnos dentro del ámbito escolar. Alemania también ha avanzado mucho en este sentido durante los últimos tiempos, así como algunos países asiáticos como Singapur. Dentro de nuestras fronteras, Cantabria, la Comunidad Valenciana y otras regiones han establecido programas específicos (masivos en el primer caso, más minoritarios en el segundo), pero en líneas generales hablamos de un aspecto de la enseñanza que apenas empieza a dar sus primeros pasos. Como afirma el doctor en Psicología Javier Urra, aún existe un “gran analfabetismo emocional en nuestro sistema educativo. No se educa para manejarse en la ruptura, para aceptar la frustración, algo esencial en la vida. Tampoco a saber digerir las gratificaciones y a buscar la armonía y el equilibrio interior”.


DIFERENCIA POR EDADES

Resulta casi una perogrullada afirmar que no es lo mismo tratar de educar emocionalmente a un tierno infante de 2º de Infantil que a un adolescente en plena turbulencia hormonal. Es algo que en la Fundación Botín tuvieron claro desde el principio al diseñar su programa Educación Responsable. Según Fátima Sánchez, directora del Área de Educación de la fundación, “un niño pequeño es emocional y creativo por naturaleza, no tiene cortapisas, te da un beso, un abrazo, cualquier manifestación emocional sin problemas, lo mismo que el llanto... No están aún condicionados. Y, a medida que van creciendo, los profesores nos cuentan que la sociedad hace que esa parte emocional y creativa se vaya matando”. Cuando el alumno llega a la adolescencia, continúa Sánchez, su interés se centra “en la búsqueda de identidad, y por lo tanto tenemos que volver a trabajar muchísimo la autoestima dentro del respeto a su creciente independencia. Nos centramos ante todo en que aprendan a entender cuáles son sus cualidades y hacia dónde quieren potenciarlas”.

En cuanto al tipo de actividades, los centros implicados en Educación Responsable trabajan emociones básicas (alegría, tristeza, sorpresa...) a través de los cuentos durante las edades más tempranas. Y para los más mayores, se despliega un amplio surtido de posibilidades entre el que se incluyen desde la expresión a través de las artes plásticas hasta todo tipo de materiales audiovisuales.


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